Por Carmen Martínez Arteaga
Nacer y crecer en los Llanos de Colombia, o
de Venezuela (Arauca, Apure, Barinas, Casanare, Meta, Portuguesa, Vichada,
Guárico, Guaviare o Cojedes) contemplando el gran tapete verde de sabana, en el
cual las manos celestiales bordaron floridos paisajes, frescas montañas, ríos y
cañadas, y un infinito manto azul techando el encantador territorio donde
conviven ganado, fauna y flora, jinete y caballo, canoa y canoero, copla y
música, fuerza y sensibilidad, respeto, dignidad y amor, otorga el privilegio
de llamarse LLANERO, con mayúscula, porque se es dueño de una identidad
cultural que enorgullece por sus valores y por la enorme capacidad de sentir y
compartir felicidad.
En las ciudades, campos y caseríos de los
Llanos interpaíses no hay que fijarse en las nacionalidades, pues no se notarán
diferencias en el desenvolvimiento cotidiano, en la forma de vida de cada
habitante criollo teniendo en cuenta algo muy importante en su naturaleza: no
existen fronteras en los sentimientos ni en la herencia genética de la raza
llanera.
Cuando aprovechamos el bien infinito de
conocer variadas culturas ricas y hermosas, aprendemos que sigue existiendo un
llano sin fronteras, que se siente en el corazón y se proyecta a través de la
palabra, la música, las creencias, la solidaridad humana y el amor a la patria
llanera.
¿Acaso hay un fundo o una casa de llaneros
que no tenga un plato de comida, una hamaca o un chinchorro en el corredor o la
sala, disponible para dar posada a quien va de viaje o llega de visita?
Los habitantes de las fronteras somos
hermanos por la cultura vivencial y por gracia de Dios, y también, en muchísimos casos, por
consanguinidad. Los límites geográficos no impiden que sigamos celebrando
nuestras fiestas tradicionales conjuntamente, o que seamos familia unos y
otros, o que continuemos necesitándonos, compartiendo labores, afectos,
alegrías y pesares.
Estas breves consideraciones intentan
motivar una reflexión para una posible propuesta.
La reflexión: Ante situaciones coyunturales
que pudieren afectar la sana convivencia entre las gentes de las fronteras y
sus allegados, existe el gratísimo concierto de avivar la cultura de la
identidad para que esta crezca saludable, cual semilla multiplicada en la
inmensa cosecha de indestructible integración fronteriza regional, con alcances
nacionales e internacionales.
La cultura no se ha usado como necesaria
herramienta de integración en las fronteras, la cultura ha fluido y se ha
desarrollado naturalmente entre quienes amamos el folclor, lo practicamos, lo
investigamos y lo divulgamos a través de sus diversas expresiones y modos
aprovechando, al mismo tiempo, las oportunidades de conocer, disfrutar y
valorar las potencialidades generales de los pueblos fronterizos, que nos
señalan claramente que la paz se halla y se mantiene en la sana y educativa
integración cultural, que contribuye de manera importante para las relaciones
internacionales y el progreso y desarrollo interfronteras, con consecuencias
positivas muy amplias. El conjunto de elementos que conforman la riqueza
cultural de las regiones representa un sentimiento compartido, unos intereses
comunes, una fuerza estructurada.
La propuesta: Aprovechar el innegable gran
recurso cultural en todas sus manifestaciones, como necesario instrumento de
unión y concordia, en virtud de nuestros iguales sentimientos, la historia
ídem, los mismos motivos de inspiración,
nuestro natural sentido de integración, nuestra tradicional costumbre de
vivir en paz.
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