Por Antonio Colmenares Martínez
El presidente, Juan Manuel Santos,
respondió el jueves 14 de agosto de 2014 la solicitud que Nicaragua presentó el
16 de septiembre del 2013 ante la Corte de La Haya, para reclamar plataforma continental extendida más allá de
las 200 millas contadas desde su mar territorial, lo que
se traduce como dejar los límites cerca a Cartagena. Y se pronunció el
presidente solamente para pedirle a la Corte Internacional de Justicia de La
Haya que se declare incompetente para estudiar y decidir sobre la demanda de
Nicaragua. «Nicaragua pretende ahora reclamar una presunta plataforma
continental extendida, y Colombia argumenta que dicha demanda es inadmisible»,
dijo Santos Calderón. Fue una alusión al tema únicamente como para dejar
consignado en la historia que el Gobierno sí se preocupó por la soberanía
nacional, y porque debe reconocer que solo si La Haya decide no actuar por,
supuestamente, no ser competente, se evitaría una nueva y segura derrota diplomática
como la que se sufrió con la decisión de esa instancia en un fallo leído el 19
de noviembre de 2012.
Colombia con Nicaragua siempre ha perdido.
La cadena de derrotas empezó cuando se firmó el Tratado Esguerra Bárcenas en
1928, cuando el plenipotenciario Esguerra regaló la Mosquitia, que era parte de
Colombia y de ‘moño del regalo’ les encimó el mar hasta el meridiano 82.
Ahí se le abrió el apetito a Nicaragua, que
dio el siguiente paso, que concluyó el 19 de noviembre de 2012; y enseguida se
volcaron por más, y ganarán porque de la
diplomacia colombiana certificada en derrotas no se puede esperar nada bueno.
Para demostrar que eso es verdad, basta con recordar la apátrida confesión de
Julio Londoño Paredes, jefe del grupo de diplomáticos que, supuestamente,
defendió a Colombia, para quien no se perdió nada porque «no se puede perder lo
que nunca ha sido propio», según dijo. Lo robaron con las materias de Historia
y Geografía de Colombia en la primaria, y luego engañó a todos los colombianos
porque se creyó en él para demostrar a la CIJ la propiedad colombiana de los
territorios insulares, mientras, simplemente, el cínico dejó pasar el tiempo
porque siempre pensó como ignorante y perdedor.
Y si «no se ha perdido nada» y la Armada
sigue en toda la jurisdicción es porque falta un tratado entre Gobiernos, falta
protocolizar lo que en papeles y por decisión de La Haya se perdió, es decir,
una importante porción de la totalidad del mar que los isleños raizales
pusieron en las manos de Colombia para su administración desde 1822.
La de Colombia ha sido y es una mala
administración, porque le entregaron un territorio insular con grandes
riquezas, siendo la principal la población nativa que debía permanecer unida,
fortalecida, protegida; y estos mediocres Gobiernos colombianos permitieron que
dividieran esa etnia con el meridiano 82, que es como un «muro de Berlín» pero
en el mar, y, además, invisible a los ojos de La Haya y de las entidades
internacionales, especialmente de las protectoras de derechos humanos.
Los diplomáticos colombianos se
acostumbraron a perder y por eso el territorio nacional ya no es ni la mitad de
lo que fue cuando toda esa maravilla comenzó a ser la República de Colombia. Se
ha perdido territorio con Perú, con Venezuela, con Ecuador y Panamá, pero lo
más doloroso es la pérdida del mar ancestral; y todo debido a la mediocridad
diplomática, a la que se suma otra característica colombiana: que es dejar todo
para lo último, cuando ya no haya nada que hacer cuando «ya no hay tiempo sino
para llorar». Por eso pasó lo de Armero, que se había previsto, pero la
lentitud del Gobierno permitió la mayor tragedia de la historia. Son «crónicas
anunciadas» que no se tienen en cuenta a tiempo, y en vez de preparar y asumir
con responsabilidad las defensas, los Gobiernos se «hacen los locos» para que
solucione el Gobierno que sigue y a veces el tiempo los traiciona.
Hay un documento que firma el profesor
ProsperWeil sobre el diferendo entre Colombia y Nicaragua, presentado once años
antes de la lectura del fallo de la CIJ, en el 2001, pero que fue «engavetado»
y no se permitía acceso a él por ser de
«alta confidencialidad».
En ese concepto Weil destaca la necesidad de definir la
frontera geopolítica con base en el meridiano 82, no como pretendía Colombia:
con una línea que estaba destinada a un rotundo fracaso. Nadie se explica por
qué Colombia, como lo ha manifestado en repetidas ocasiones Enrique Gaviria
Liévano, no definió la unidad geográfica del departamento archipiélago antes de
2001. Eso es desidia de presidentes andinos ignorantes del mar y despreocupados
de la responsabilidad de gobernar para todos y no solo para la zona andina del
país.
La Convención de las Naciones Unidas para
el derecho del mar la conforman 160 países, y establece el orden en los océanos
a través de un régimen jurídico y que dicta normas sobre los conceptos de mar
territorial, zona contigua y zona económica exclusiva, cuya extensión es de 200
millas náuticas, equivalente a 320 kilómetros, que se miden a partir de la
línea de base o línea costera.
Además dicta los deberes y derechos sobre
la plataforma continental, normas que, algunas de ellas pertenecen al derecho
internacional consuetudinario, que observa precisiones que van más allá de la
simple medición a partir de la línea costera o básica.
Lo que quiere Nicaragua es que la CIJ falle
de nuevo, pero ahora contemplando que la plataforma puede ser mayor de 200
millas de zona económica exclusiva, con el criterio de que más allá de esa
distancia, llamada plataforma continental extendida (PCE), se debe tomar en
cuenta que se requiere de «una descripción de la forma, profundidad y
características geofísicas del lecho y el subsuelo marinos». De todas maneras,
ese estudio tomaría varios años ya que en esos territorios hay riquezas ecológicas
que deben conservarse para la seguridad no solo de un país, sino por la de
todos los vecinos.
La miopía de los presidentes y cancilleres
colombianos de todos los tiempos no ha permitido el diseño de políticas serias
en esa materia, y por eso, cualquier país que reclame ganará sus reclamaciones,
más cuando por no ser miembro de esa convención del mar, no hay seguridad de
hasta qué punto se aplican sus tesis. Aunque la convención es científica, no judicial, y solamente ve realidades sin
calificar.
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